Categoría 3 – Microrrelato
RAMÓN ANTONIO GARIZÁBALO FERRER
Semillas en el Jardín de la Esperanza y Paz
En un rincón árido del municipio de Hatonuevo, La Guajira, donde la tierra seca guardaba en silencio las historias de tiempos difíciles del conflicto, el Colegio Carlos Alberto Camargo Méndez se convirtió en un lugar de cambio. Más que un centro de aprendizaje, la institución decidió que cada rincón debía sembrar paz en el jardín de las mentes y corazones de quienes la habitaban.
En los pasillos de la escuela, se podía ver a los estudiantes inquietos, inspirados por las historias de reconciliación que se habían hecho parte de la comunidad. Fue entonces cuando nació el proyecto “El Jardín de las Esperanzas”, una iniciativa que buscaba transformar el patio escolar en un refugio de sanación. Cada árbol plantado simbolizaba no solo el crecimiento, sino también la promesa de un futuro reconciliado.
Al caer la noche, bajo la luz de la luna llena, los árboles que los estudiantes habían plantado parecían cobrar vida propia. Los ancianos del pueblo contaban que las raíces de esos árboles tenían el poder de conectar con los corazones de las personas. En un lugar donde la lucha por el carbón simbolizaba una batalla por la dignidad y el sustento, estos árboles crecían como reflejo de la capacidad de la comunidad para superar sus heridas.
Los encuentros bajo sus ramas se convirtieron en momentos de profunda reflexión. Sentados en círculo, los estudiantes escuchaban con atención los relatos de tiempos pasados, como si fueran leyendas vivas. Cada hoja caída era un símbolo de perdón, y cada fruto que aparecía en las ramas, una nueva esperanza para el futuro.
Bajo el mayor de los árboles, el Profe Peripatético recordó la figura de Don Manuel, un antiguo líder comunitario, cuyas historias de errores y aprendizajes capturaron a los estudiantes, enseñándoles el valor del perdón y la importancia de la reconciliación. Las raíces de esos árboles, según Don Mañe, conectaban el pasado con un futuro en paz. Con el tiempo, el Jardín de las Esperanzas se convirtió en un lugar sagrado donde la comunidad no solo recordaba, sino que también construía un presente en el que las sombras del pasado no dictaban el futuro, y cada árbol plantado simbolizaba la posibilidad de una transformación profunda
Para resaltar, en el marco del proyecto, surge una iniciativa intergeneracional en la que estudiantes y ancianos de la comunidad plantan árboles junto con memorias y aspiraciones. Juntos, crean un “Libro de la Comunidad” y cápsulas del tiempo, y a través de talleres artísticos, plasman en murales una visión de reconciliación. Así, el colegio se transforma en un testimonio vivo de paz y sanación, donde pasado y futuro se entrelazan.
Los estudiantes, al contemplar el jardín en su esplendor, comprendieron que la verdadera magia no estaba solo en los árboles que habían crecido, sino en el cambio que habían generado en los corazones de las personas. “Cada historia compartida”, decían, “es una semilla de paz que crece en el jardín de nuestras esperanzas”.
RAMÓN ANTONIO GARIZÁBALO FERRER
Hatonuevo, La Guajira