Otras formas de organización juvenil: experiencias de Chile y Colombia

Con la participación de cuatro jóvenes protagonistas de los estallidos sociales de Chile en 2019 y de Colombia en 2021, se realizó un conversatorio sobre los retos de la organización juvenil y la educación para ayudar a transformar las realidades sociales. 

Son dos imágenes icónicas: una de ellas, viralizada en redes en octubre de 2019, muestra a decenas de secundarios (estudiantes de bachillerato) evadiendo los torniquetes de una de las estaciones del Metro de Santiago de Chile, como protesta ante el alza de los tiquetes. Entonces no lo sabían, pero ese acto fue la semilla que dio inicio a meses de protestas que lograron ─entre otras cosas─ la convocatoria a una Asamblea Constituyente para poner fin a la constitución heredada de la dictadura.

La otra imagen, también hecha viral pero en junio de 2021, muestra a un grupo de jóvenes celebrando la terminación de un monumento que muestra un puño multicolor en alto con la palabra “Resiste” en él, un homenaje al Paro Nacional en Colombia que para entonces llevaba varias semanas, así como a las víctimas de la represión estatal que le siguió. Con esa intervención se culminó un potente proceso de resignificación del espacio público y de la ciudad de Cali, logrando que en el imaginario colectivo ─aunque no de manera oficial─ esa esquina dejara de llamarse Puerto Rellena para empezar a ser conocida como Puerto Resistencia

Estos son solo dos ejemplos de la ola de estallidos sociales que ha vivido Latinoamérica en los últimos tres años. Estas protestas, con dinámicas, contextos y resultados distintos, comparten algunas características: exigen mejor democracia, más justicia social y están siendo lideradas en gran medida por jóvenes y estudiantes.  

Uno de esos líderes es Joaquin Álvarez, de la Asamblea Territorial Juan Antonio Ríos, de Chile. Aunque no niega que en su país el punto de inflexión fue que los secundarios saltaran el torniquete para no pagar el alza de transporte, considera que el estallido social tiene múltiples causas: «La principal motivación de la gente para salir ─asegura─ fue el tema de las pensiones. Incluso yo, que soy joven y aún me queda tiempo para eso, no soy ajeno a las necesidades de las personas que sí están sufriendo por un sistema de pensiones que responde a otros intereses. También tiene que ver con las oportunidades de acceder a una educación de calidad. La importancia de lo de los secundarios es que nos hizo dar cuenta de que las propuestas de cambio que se tramitan por el Parlamento no son eficaces; ya no creemos en ese tipo de soluciones, así que lo único que nos quedó fue ir a las calles». 

El diagnóstico es similar al que hace, a casi seis mil kilómetros de distancia, Diana Lasso, de la Red Juvenil Popular del Huila. Para ella, el estallido social en Colombia fue un «cúmulo de situaciones y problemáticas», que no se pueden homogeneizar pero que resultan detonando por algún lado. Para el caso específico de su departamento, «un punto de inflexión fue la instalación de un peaje en una carretera en pésimo estado.  Eso nos molestó muchísimo. Como en el caso chileno, eso nos hizo dar cuenta de que, aunque teníamos representantes en el Estado, no estaban haciendo nada por el Huila, que teníamos un montón de problemas que no se estaban visibilizando ni solucionando». 

Aunque tienen claro el por qué de las protestas, no les resulta tan sencillo definir el nivel de éxito de las mismas. Al fin y al cabo no se trató de movilizaciones coyunturales ni mucho menos caprichosas, sino de verdaderas apuestas de largo plazo que todavía están evolucionando. Así lo cree Kelly Betancourt, estudiante de licenciatura en etnoeducación en Chile y directora de la Fundación Cultura TomArte. Aunque ella es consciente de que el estallido chileno se ha vuelto paradigmático en América Latina, en parte porque fue el país que inauguró esta nueva ola de protestas y en parte porque lograron algo concreto como es reformar la Constitución, sabe que con eso no termina la lucha: «Aunque la constituyente es una gran solución a las problemáticas de Chile, lo que realmente va a determinar nuestro éxito es que las organizaciones territoriales que se crearon o fortalecieron durante este tiempo perduren en el tiempo. El éxito no será lo que salga de los constituyentes sino de las personas y de las organizaciones que vamos a implementarlo en los territorios». 

En esta misma línea está Geovanny Jurado, mejor conocido como Eko, integrante de la primera línea de Cali y actualmente candidato del movimiento social Polifónica al Concejo Municipal de Juventud de Cali. Para él, «el éxito de la movilización es que se sumaron otro tipo de colectivos diferentes a los de siempre, incluso personas de todos los estratos. En Cali ya había un gran desgaste social y este estallido permitió la juntanza de diferentes procesos de base, la unión de distintas resistencias. Pero para que esto perdure, la educación es la clave».   

Para Diana, esta juntanza diversa y plural, rara vez vista en la movilización social estudiantil del país, fue posible también por la dinámica abierta, comunitaria, solidaria, artística y poco ─o nada─ hegemónica de las protestas: «actividades como las ollas comunitarias, los talleres artísticos, los cineforo, las huertas, las bibliotecas y demás apuestas metodológicas que se dieron en los puntos de resistencia y que fueron muy distintas a las que se acostumbra a ver en los paros, permitieron que muchas personas se dieran cuenta de la importancia de nuestros procesos, que esto no se trataba sólo de una acción contestataria sino además pedagógica. Mantener ese espíritu es lo que puede garantizar que la acción perdure y tenga real impacto». 

Lograr esto ─lo saben─ es más fácil decirlo que hacerlo, en parte porque las condiciones socioeconómicas de algunas comunidades no les permite asumir el peso de continuar la movilización, y en parte por los riesgos de seguridad que esto conlleva. Para Kelly, «el gran cambio cultural debe estar dirigido a que la gente entienda que no basta con votar o marchar un día y el resto del tiempo dejarle las soluciones a los políticos de siempre. Pero, ¿cómo exigirle a alguien que se levanta a las 4:00 AM a trabajar y que regresa a su casa a las 10:00 u 11:00 PM que tenga una participación activa y permanente? Vivir dignamente también implica eso, tener tiempo para participar en lo comunitario. Y muchos no tienen la oportunidad de vivir así». 

A Joaquín lo que más le preocupa es la represión como estrategia estatal para debilitar la movilización: «el toque de queda y la militarización de los colegios hizo que varios secundarios tomaran un poco de distancia del estallido. La represión, el allanamiento de casas y la persecución a los líderes de secundarios fueron transmitidos por redes para amedrentar». Eko ha sido testigo de este tipo de prácticas, y cree que lo verdaderamente peligroso es cómo ha puesto en evidencia el escenario de no futuro con el que conviven algunos jóvenes: «en la zona de donde venimos la vida no tiene mucho valor, porque sabemos que en cualquier momento podemos perderla por la violencia o por cruzar algunas fronteras imaginarias. Es por eso que los muchachos de la primera línea están dispuestos a entregar su vida por cambiar al país; si igual siempre la tienen en juego, por qué no hacerlo para que sus hijos, sobrinos o hermanos vivan mejor». En palabras de Diana, «no se trata solo de resistir, sino de no morir en el intento».